domingo, 8 de marzo de 2015

HUIR DEL DESTINO









 Su padre era marino. Un día, cuando no era más que un niño, el padre le invitaba a dar un paseo en barco. De repente descubre a lo lejos un enorme pez, de aspecto terrible, que sigue el barco. Se lo comunica a su padre, pero su padre no ve nada; cree que son figuraciones de su hijo. En un segundo viaje vuelve a ocurrir lo mismo; pero esta vez el padre entiende todo, palidece de susto y le explica a su hijo:

Ahora temo por ti. Eso que has visto es un Colombre. Es el pez que los marineros temen más que ningún otro en todos los mares del mundo, un animal terrible y misterioso, más astuto que el hombre. Por motivos que nunca nadie sabrá escoge a su víctima y le sigue años y años, la vida entera hasta que consigue devorarla. Y lo más curioso es esto: que nadie puede verlo si no es la víctima.

-¿Y no es una leyenda? -pregunto el hijo.
-No -le dice su padre-, yo nunca la he visto, pero lo han descrito: hociso fiero, dientes espantosos... No hay duda hijo mío: el Colombre te ha elegido, y mientras andes por el mar no te dará tregua. Vamos a volver a tierra y nunca más te harás a la mar por ningún motivo. Tienes que resignarte. Por otra parte en tierra también puedes hacer fortuna.

 Pasan los años y el chico crece y consigue en la vida todo lo que todo el mundo anhela. A los ojos de todos es un triunfador. Pero él sabe que su vida ha sido un fracaso, que en el fondo de su alma sigue presente, como herida abierta, la renuncia a la que debería haber sido su propia vida, la que le habría hecho feliz. Un día, viejo y cansado, sintiendo cerca la muerte, decide enfrentarse con aquel peligro, hacer por fin algo valioso, enfrentarse con aquel animal que había visto muchas veces, cada vez que se acercaba al mar, a cierta distancia de la costa.

Un día, de noche, escogió un arpón, se montó en una pequeña barca y se internó en el mar. Al poco tiempo aquel horrible hociso asomo al lado de la barca.
-Aquí me tienes, ahora es cosa de los dos, -dijo el hombre mientras levantaba el arpón en contra el horrible animal. Entonces el pez empezó a hablar, quejándose con voz suplicante:
-Ah, qué largo camino para encontrarte. También yo estoy destrozado por la fatiga. Cuanto me has hecho nadar. Y tu huías y huías... porque nunca has comprendido nada.
-¿A qué te refieres?
-A que no te seguido para devorarte. El único encargo que me dio el Rey del Mar fue entregarte esto.

Y el gran pez saco de la lengua, tendiendo al anciano una enorme esfera fosforescente.
Él la alzo y entre sus manos lo miro. Era una perla de enorme tamaño. Reconoció en ella la famosa perla del mar, que da a quien la posé fortuna, poder, amor y paz de espíritu. En aquel instante el viejo entendió todo. Y entendió también que era demasiado tarde.
-¡Ay de mí! ¡Que horrible malentendido! lo único que he conseguido es desperdiciar mi existencia y además he arruinado la tuya. Adiós, hombre infeliz.

Y se sumergió en las aguas para siempre.

Autor: José Rodríguez

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