Un enfermo anciano tenía por costumbre tener una silla vacía al lado de su cama. Pensaba que en él se encontraba Jesús sentado. Un día se lo encontraron muerto, con la cabeza apoyada en la silla vacía que tenía siempre a la cabecera en la cama.
La vida acaba con la muerte, dicen algunos, aunque para los creyentes en Cristo, la vida no termina, se transforma en una nueva y verdadera vida. Por el paso de la muerte la vida es enraizada definitivamente.
Con la muerte se acaba todo lo que se tiene en esta vida: proyectos, bienes, futuro... cuando visita la muerte a un ser querido, se nos desgarra el alma y siempre nos llega como un ladrón, por sorpresa y sin sentido. Son en esos momentos cuando se cruzan por nuestra cabeza toda una serie de preguntas: ¿Qué sentido tiene todo? ¿A dónde va a parar tanto esfuerzo realizado? ¿Por qué a nosotros?
El creyente, igual que confió en el padre durante su vida, igualmente sigue confiando a la hora de la muerte. Con Jesús puede repetir
"En tus mano encomiendo mi espíritu". Acogiéndose al mismo Señor de la vida que resucito a Jesús. En la misma muerte el creyente proclama su fe en la vida.
El Dios de Jesús no es un Dios de muertos, sino de vivos. Quien ha creído en el Dios de la vida, no puede morir. El que cree en Jesús tendrá vida. Quien bebe de él y come del pan verdadero tendrá vida y encontrara la fortaleza para vencer la muerte. Es ese momento de la muerte cuando el creyente renueva su fe en la vida y se debe comprometer a vivir y defender la vida. El cristiano debe ser un amante de la vida. Dios quiere que tengamos vida abundante. Cristo ha entregado su vida para que nosotros vivamos.
La resurrección de Cristo es el triunfo de la vida sobre todas las muertes, no se nace para morir, sino para vivir. "No temas, soy yo el Primero y el último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos".
Algunas grandes culturas africanas entierran a los difuntos orientados hacia el oriente, lugar por donde nace el sol, movidos por la creencia de que la muerte es como la noche, pasajera, tras la cual hay un nuevo amanecer; así como el sol nace y muere cada día, así ocurría con esas personas.
En los cementerios católicos del Mediterráneo hay un árbol característico: el ciprés. Es esbelto y apunta hacia el cielo. Es un símbolo que indica a los vivos hacia donde tienen que mirar.
Estamos viviendo en tiendas de campaña. Somos extranjeros, ciudadanos del cielo. Sabemos que los gozos de esta vida son una aproximación de lo que vendrá después. Todo lo bueno y hermoso que aquí soñamos, lo tendremos allá transfigurando. Pero, muchas personas piensan que el pensar en la muerte les va a amargar la vida y el miedo a "la hermana muerte" no les va a dejar vivir en paz. Es cierto lo que afirma E. From. "Morir es tremendo. Pero la idea de tener que morir son haber vivido es insoportable". Por eso, para aprender a morir bien, hay que saber vivir mejor.
No todo termina con la muerte. Con ella empieza la verdadera vida.
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