sábado, 3 de enero de 2015

PASTELILLOS DE ARROZ





    
 En la costumbre de la montaña vivía el maestro Zen. En el valle había dos monasterios de monjas Zen, el Monasterio del Este y el Monasterio del Oeste. La diferencia entre las monjas del Este y del Oeste era que las del Este pronunciaban en sus rezos el nombre de la deidad como Kwan Seum, mientras que las del Oeste lo pronunciaban Kwan Seoon. Y se peleaban.
     
A tanto llegó la discordia que decidieron de común acuerdo recurrir al maestro de la montaña. Él las escuchó  y anunció que bajaría el día siguiente a las once de la mañana a dar su veredicto.
    
 Era lo justo. Pero las monjas quedaron inquietas. Las del Este pensaron, "¿Si perdemos, a pesar de tener la razón? Hay que hacer algo".
    
Sabían que el maestro de la montaña le gustaban los pastelillos de arroz. Se preparaban rápidamente y son deliciosos. Dicho y hecho. Los hicieron, los pusieron en una gran bandeja y se los llevaron al maestro de la montaña. El maestro se entusiasmó:

-¡Con lo que me gustan los pastelillos de arroz! Y aquí en la montaña no los consigo nunca. Gracias, gracias. -Y comenzó allí mismo a comerlos.
Mientras los comía le dijeron las monjas: -Nosotras somos del Monasterio del Este. Pronunciamos el nombre del sagrado como Kwan Seum. Esa es la verdadera pronunciación, ¿no?

- Desde luego, desde luego,  -contestó el maestro entre bocado y bocado, ¿Quién iba a decir otra cosa?

Las monjas se fueron contentas, y el maestro quedó más contento todavía.
    
 Las monjas del Monasterio Oeste tampoco estaban ociosas. ¿Si perdemos a pesar de tener la razón? Hay que hacer algo. Sabían que el maestro le gustaban los fideos revueltos. Lleva mucho tiempo en prepararlos, pero son deliciosos. Dicho y hecho. Los hicieron con gran cuidado, los pusieron en un gran cuenco y, aunque era ya muy tarde, se los llevaron al maestro de la montaña. El maestro se entusiasmó: -¡Con lo que a mí me gustan los fideos revueltos! Y aquí en la montaña nunca los consigo nunca. Gracias, gracias. -Y se puso a comerlos allí mismo.

Mientras comía le dijeron las monjas: -Nosotras somos del Monasterio del Oeste. Pronunciamos el nombre del sagrado como Kwan Seoon. Esa es la verdadera pronunciación, ¿no?

-Desde luego, desde luego, -contestó el maestro entre bocado y bocado, ¿Quién iba a decir otra cosa?
Las monjas se fueron contentas, y el maestro quedó más contento todavía.
Al día siguiente, a las once de la mañana quinientas mojas se reunieron el la Sala Principal de Buda. El maestro sentó en el trono, murmuró plegarias, hizo inclinaciones, miró a ambos lados y pronunció sentencia:

-El Libro de los pastelillos de Arroz dice que Kwan Seum es lo correcto, mientras que el Libro de los Fideos Revueltos dice que Kwan Seoon es lo correcto.
Las monjas comenzaron a insultarse diciendo,

-¡Nosotras le habríamos dado pastelillos!
-¡Nosotras le habríamos dado fideos!

El maestro calmó el alboroto y les dijo:

Cuando reces, reza. Cuando cantes, canta. ¿Qué importa la pronunciación? ¿Qué importan las palabras? Sólo hagan lo que hacen. Es lo único que importa.

Con eso descendió del trono y regresó a la montaña.

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